Vivimos en una sociedad en la que algunas personas dan más importancia a la libertad, y otras más importancia a la justicia social y la protección a los débiles.
Esto en sí, no es malo, pero ambos lados llevan asociados, vicios y virtudes. La virtud de la libertad se contrapone a sus vicios cuando en nombre de la libertad se deja a los más débiles a su suerte. La virtud de la justicia social queda viciada cuando se recortan demasiadas libertades de la sociedad para proteger a los más débiles. La sociedad ideal debería tender al equilibrio entre estas dos posturas, sin que ninguna de las dos fuera la dominante, porque se necesitan las dos.
Sin embargo, es una situación muy violenta en la arena política, cuando los dos lados de esta distribución de valores están convencidos de que su postura es la única moralmente correcta, y dejan de hablar con el otro lado. Y esto es lo que pasa cuando se polariza el debate.
Esta división va a ir a peor si seguimos pensando que nuestro lado tiene todas las virtudes y ninguno de los vicios y nos negamos a dialogar con quien piensa diferente.
Si no puedes hablar con el otro bando, tu única estrategia es acabar con él. Y esto, como sociedad, no es una buena promesa de futuro.