¿Os ha pasado alguna vez estar en Twitter, pestañear y que hayan pasado tres horas?
En mayo de 2017 tenía unos 300 seguidores. Ahora hay unos 7000. Este cambio tan rápido ha sucedido porque he seguido al pie de la letra las instrucciones de Twitter:

1) Sigue tus intereses
Hasta el año pasado me parecía que seguir mis intereses requería demasiado tiempo. Tenía que ESTAR en Twitter, tenía que estar pendiente de la gente, entrar a ver qué habían compartido, filtrar el ruido, ver cómo se mezclaban con el día a día de cuentas personales de amigos a los que seguía…
Sí, de vez en cuando entraba, miraba un par de cuentas, me daba rabia haberme perdido algo (un concurso, alguna polémica, algún chiste…), pero en general mis intereses los seguía a través del difunto Google Reader, que era donde estaban los blogs, algunas cuentas de Tumblr, los periodistas… Era de las que entraba a Twitter los días señalados, como el festival de Eurovisión, en modo turista, para reírme, para hablar con inmediatez, para formar parte de un hashtag o para no molestar en Facebook.
Cuando cerraron Reader me refugié en Facebook, pero es que cada vez lo usaba menos como suele utilizarse (cosas personales, contar tu vida), y cada vez más era un sitio donde desahogarme de cosas, explicar polémicas o intentar dar contexto a noticias falsas que circulaban. Me di cuenta que estaba rallando a muchos amigos, que Facebook no era la plataforma adecuada para mis interacciones con la realidad. Poco a poco empecé a mirar Twitter con mejores ojos. Allí la gente no te castiga por publicar muchas cosas el mismo día. Al revés, eso se premia. Así que empecé a entrar más asiduamente, a seguir a gente y a seguir temas.
2) Escucha lo que está diciendo la gente
Entre mayo y noviembre de 2017 me dediqué a escuchar. Empecé a entrar más. Empecé a interactuar con algunas personas. Leía. Opinaba de vez en cuando. Pregunté sobre mujeres interesantes a quien seguir. Quería saber qué decía la gente, y lo que vi no me gustó mucho. Bueno, miento, me gustaron muchas cosas, pero en general, veía muchísimas que estaban mal, y me puse a opinar.
¿Que veía una discusión donde gente usaba el IMC para hablar de la salud de un individuo? Pues escribía un artículo en el blog sobre por qué el IMC es una herramienta poblacional y no se puede aplicar a un inviduo.
¿Que veía una iniciativa para que más mujeres vayan a carreras STEM? Pues opinaba y reflexionaba sobre si realmente las mujeres no van más a Matemáticas por machismo.
Mi “problema” fue que escuchar a la gente me había hecho sentir que tenía que contestar. Algo me dice que a Twitter, eso ya le iba bien.
3) Únete a la conversación
Fue inevitable. En Agosto del año pasado, entre la lista de mujeres interesantes, mis interacciones en debates polémicos, y el obvio hecho de tener tiempo libre, gané unos 500 seguidores. Aquí empezó la recompensa. A más tiempo, a más hablar y más compartir, más casito y más atención. La recompensa es clara, y los beneficios, aunque no son tangibles, sí son adictivos.
Y digo ADICTIVOS con todo el peso de la palabra y que se me tiren los psicólogos al cuello si quieren. Todo lo que pueda derivar en una conducta impulsiva, para mí, es adictivo. Lo que no creo es que las cosas sean adictivas intrínsecamente, pero sí creo que cada uno somos susceptibles de tener una mala relación con algo. Con la comida. Con la bebida. Con los porros. Con el casito. Con la estimulación intelectual.
Para mí, es la estimulación intelectual lo que es adictivo. La novedad, el leer un artículo sorprendente cada 5 minutos, un estudio, un análisis, una reflexión, un hilo…Y encima, mi voracidad por la novedad y por lo original, hacía que ganara seguidores. O sea, más casito y más recompensa.
Los comportamientos que sobreviven son los que son recompensados. Si escribir en el blog hubiera tenido la recompensa adecuada, seguramente me habría quedado ahí. Pero no la tuvo. Lo que funcionó fue Twitter.
En diciembre hice el primer hilo para divulgar algo que me parecía interesantísimo, la historia de la bióloga que publicó en una revista científica, de cómo había redescubierto el cálculo del área bajo una curva, quizás por no haber prestado suficiente atención en sus clases de matemáticas.
Si hubiera escrito eso en el blog quizás habría tocado el tema de cómo en la educación se estudian temas sin ver su aplicación en la vida real. O la mafia de las publicaciones científicas. Pero el hilo estaba en Twitter, y en Twitter se premia la inmediatez, lo sorprendente, la anécdota y lo breve.
No sé cuántos hilos he hecho hasta hoy. No pongo capturas de los analytics con los millones de impressions y los cientos de miles de visitas al perfil porque os juro que no vengo a presumir, pero es un poco acojonante. Que con apenas unos miles de seguidores, unos cuantos tuits salgan de tu círculo y lleguen a cientos de miles, es abrumador. Y adictivo. Y me estaba afectando.
“Unirme a la conversación” como recomiendan las instrucciones de Twitter, fue lo que hice. ¿Y qué es Twitter? Pues un sitio donde incluso cuando estás explicando algo, lo haces de manera resumida. Siempre he sido muy de escribir poco, si puedo decir algo en dos frases en vez de en diez, mi cerebro es feliz. Inmensamente feliz.
Así que por un lado encontré un medio que recompensaba mi estilo de expresión, breve y conciso, y por el otro es una plataforma que da a mi cerebro un chorro contínuo de novedad, polémica e indignación.
¿Os ha pasado alguna vez estar en Twitter, pestañear y que hayan pasado tres horas? A mí sí. Casi cada día en los últimos doce meses. Esta semana me puse a contar las horas muertas, el tiempo perdido de estudio, de trabajo, de lectura, de dedicación a mejorar mi currículum. Ya no compensa.
Si pudiera ser capaz de entrar una hora, ver cuatro cosas, compartir algo, y salir y seguir con mi vida, lo haría. Pero cada vez que entro veo cosas, recuerdo lo que se siente cuando algo se viraliza, pienso en cómo escribiría un tuit que acabo de leer para que llegara a más gente, no desconecto.
Y necesito desconectar. Necesito llegar a entrar en Twitter y no entender los memes. No saber de qué polémica estáis hablando. No tener el impulso de comprobar las notificaciones cada 5 minutos. Volver a respirar. No sentir la indignación saturando de temas mis ya acelerados pensamientos.